martes, 21 de agosto de 2018

Sobre ligerezas apocalípticas

El otro día leí el artículo de Carles Arnal del pasado 11 de agosto en el diario.es sobre lo que en su opinión es “alarmismo incendiario” - en referencia al impacto mediático de los actuales incendios -. Poco después de aquello, redacté este artículo de opinión que no despertó mayor interés en el citado diario. Hoy mismo he tenido la oportunidad de leer la réplica de Eduardo Rojas Briales, con el que estoy completamente de acuerdo. Sin embargo creo que ninguno de los dos textos ofrecía soluciones concretas, por lo que he decidido publicar en este humilde lugar que recientemente he estrenado aquellas líneas que no encontraron un espacio más digno.

Actualmente soy Bombero Forestal de la Generalitat Valenciana y representante sindical de una sección que en estos momentos representa a la mitad de los profesionales del servicio.

El artículo de Carles Arnal, se centra básicamente en aligerar la gravedad del actual contexto que rodea a los incendios forestales, caricaturizando a través de una sociedad representada como apocalíptica y centrando todo el problema en la acción del hombre como el responsable de todos los males. En este último punto estaremos hasta de acuerdo, pero sin embargo, no comparto para nada el análisis final que concluye con cinco condicionantes sobre los que, según el autor, se puede actuar para evitar que se genere un GIF (Gran Incendio Forestal).

No vamos a debatir de las estadísticas. La gran mayoría de incendios efectivamente tienen su origen en la acción humana. Es un dato fijo del panel, asociado al arraigo del uso del fuego, a las negligencias y a los actos puramente intencionados. Pero como todos los datos, se trata de una media estadística a nivel nacional que en la Comunidad Valenciana – tierra del autor y del que suscribe - no se cumple a rajatabla. De hecho, entre el 13 y el 39% de los siniestros en nuestra tierra son debidos a rayos. Huelga decir que el incendio de Llutxent, con más de 3.000 hectáreas calcinadas, comenzó con uno de ellos.

De cualquier forma, abordar estos datos de forma aislada sin tener en cuenta el actual contexto climático y centrándose únicamente en lo conductual, es no haber entendido nada de nada. Y lo voy a explicar de forma muy sencilla. Un conductor que tira una colilla por la ventana, puede provocar un incendio, es cierto. Pero para que eso ocurra deben concurrir una serie de circunstancias, como por ejemplo, que caiga en una cuneta con material combustible - como papel, pinocha, vilanos del chopo o matorral seco - y que haya una superficie forestal próxima. El propio autor hace crítica del argot que utilizamos los dispositivos de extinción al denominar combustible a la vegetación “que está disponible para arder”. En la película Only the Brave, donde se narra el trágico suceso donde perdieron la vida 19 bomberos forestales de los Granite Mountains de Arizona, hay un momento en el que Eric Marsh, el superintendente del equipo, le dice a uno de los novatos: “después de tu primer incendio ya no verás bosques, sólo verás combustible”. Porque esa es la realidad. La colilla puede caer sobre una frondosa cuneta de vegetación húmeda, rodeada de campos cultivados y apagarse sin consecuencias. Pero a medida que el contexto climático se afianza, se reseca la vegetación y crecen campos abandonados, la probabilidad de que una simple negligencia derive en un incendio se multiplica. Por eso, deducir de una estadística que si aumenta el número de incendios por negligencias es por falta de conciencia social es una verdad a media. Hoy hay monte que es “combustible” y que antes no lo era. La misma colilla que caía ayer y se apagaba sola, hoy es capaz de generar un gran incendio. Por lo tanto, decirle al ciudadano que es más fácil modificar la conducta humana de todo un país que, por ejemplo, gestionar los paisajes forestales, tiene ciertos aires populistas.

De la misma manera se argumenta en el artículo como una de las soluciones, la detección e intervención precoz. Resulta cuanto menos sorprendente que en los tiempos que corren, donde todos tenemos un smartphone en el bolsillo y podemos avisar al 112 en un segundo, se aluda a una variable que no ha hecho sino mejorar a lo largo de todos estos años, como una de las claves del problema. De hecho hoy en día tenemos el problema contrario, el sobre exceso de avisos, ya que la sociedad actúa con gran celo en una muestra de gran responsabilidad, generando multitud de avisos, muchos de los cuales terminan en falsas alarmas. Y es que a la menor sospecha de incendio, se llama al 112, ya sea una columna de humo, el polvo de un camino o una nube de orografía. Sobre la rapidez en la intervención, me parece, con todos mis respetos, un canto al sol. En el nuevo escenario que nos acompaña, la velocidad de propagación de los incendios se ha multiplicado. No es que los medios de hoy actúen con más lentitud que ayer, sino que el fuego se extiende con mucha mayor facilidad. Por eso, restar importancia al cambio climático es, cuanto menos, irresponsable. No podemos hacer que los camiones corran más ni pretender que un dispositivo de extinción crezca al mismo ritmo que lo hacen los campos yermos y suben las temperaturas. Dar un tiempo de respuesta precoz ya no se mide en minutos como se dice en el artículo, sino en segundos.

No obstante, la detección precoz nunca ha sido el problema. De hecho, la superficie forestal del territorio ha aumentado en los últimos años como consecuencia del abandono de los campos del cultivo, pero también por la eficacia de los dispositivos de emergencias, dando lugar a la paradoja de la extinción; conseguimos atajar los pequeños conatos, favoreciendo el crecimiento descontrolado de una masa forestal que si arde, no podremos proteger. Por lo tanto, cuanto más eficaces son los medios de extinción en un entorno donde la masa forestal no se gestiona, más se acentúa el riesgo de que se produzca un GIF que desborde la capacidad de extinción. Porque el problema de los incendios no es la deforestación – al menos todavía – como parece desprenderse del artículo, sino la magnitud que están alcanzando desde hace un par de años, incendios que campan a sus anchas por la gran disponibilidad de superficie preparada para arder. Estos incendios generan problemas que hasta ahora no teníamos: velocidad de propagación, afectación de interfaces urbanas, tormentas de fuego, saltos de llama kilométricos, gran continuidad y superficie, así como una meteorología propia que le permite retroalimentarse. Son incendios con el más alto índice de devastación sobre vidas humanas, bienes y el medio ambiente. Tal como afirma Lenya Quinn-Davidson, investigadora de la Universidad de California, “Estamos viendo una especie de tormenta perfecta: sequía, calor sin precedentes, mucho combustible y mucha gente viviendo en zonas boscosas”

Sobre el cuarto punto, que hace referencia a la concurrencia de condiciones climatológicas y orográficas que dificulten el trabajo de los medios de extinción, también tenemos mucho que decir. Por supuesto que eso complica el trabajo de extinción, pero eso está directamente relacionado con la falta de gestión forestal. Tan sólo entre el 1% y el 4% de la superficie forestal española cuenta con planes de ordenación. Las pistas se abandonan, los cortafuegos desaparecen, los campos de cultivo se convierten en pólvora y el monte se hace inaccesible, dando como resultado espacios que pueden compartir el mismo destino que el incendio de Llutxent, originado por un rayo.

Sobre la organización del dispositivo de extinción tendría para escribir un artículo entero. Como bombero forestal, conozco muy bien las carencias de coordinación, derivadas principalmente de la segregación provincial del mando que se ejerce sobre un servicio que en esencia debería ser autonómico. Todo ello crea barreras interprovinciales y una gran disparidad de fórmulas de intervención. En resumen, es un desastre que sale a la luz cada vez que hay que gestionar uno de estos grande incendios. Suma y sigue.

Por eso, frente a la exposición de Carlos Arnal, quisiera ofrecer otro relato del problema que ofreciera un punto de vista diferente al lector. Y que elija el que más le guste.

En primer lugar, y abordando el problema de la acción del hombre como origen de la gran mayoría de los incendios forestales, hay que ofrecer una salida a usos tan arraigados como la quema de rastrojos de los agricultores. Al fin y al cabo, usos que antaño no planteaban problema, ahora lo son debido a las temperaturas y la mayor proximidad de campos yermos que actúan como nodos de propagación. Las medidas represivas encaminadas a impedir las quemas, lo único que hacen es acumular combustible que más tarde que temprano arderá, pero seguramente con más virulencia debido a la desecación por el paso del tiempo. Hay que regular estos usos, ofreciendo alternativas como el triturado de restos u ofreciendo lugares seguros de quema. Incluso los propios servicios de extinción podemos colaborar de forma preventiva en puntos donde su eliminación con fuego presente algún riesgo aunque esté dentro de la legalidad. Pero hay que tener claro que ese combustible debe eliminarse de forma ordenada.

Por otro lado, el fuego como herramienta de gestión forestal está todavía en pañales en nuestro territorio, debido al ultraproteccionismo en ocasiones salvaje de los grupos ecologistas y al desconocimiento de la población en general. No voy a cuestionar aquí sus buenas intenciones, ya que compartimos un mismo fin: proteger nuestros entornos. Sin embargo, desde tiempos inmemorables se ha usado el fuego para limpiar el monte bajo e incluso es frecuente su uso en laderas montañosas del lado francés de nuestro propio pirineo y zonas de bosque húmedo. Hoy en día, las nuevas tecnologías y el uso de satélites nos proporcionan un control preciso de las condiciones meteorológicas para poner en marcha operaciones de quema controlada y sin apenas riesgo. Estas “ventanas” meteorológicas permiten eliminar mediante la quema, nodos de propagación, e incluso limpiar de vegetación baja algunos bosques. Son técnicas muy eficaces y que aseguran una limpieza rápida, económica y con resultados a largo plazo. La limpieza mecánica mediante el desbroce y la poda es laboriosa y efímera, con rebrotes a los pocos meses, frente a una quema que asegura áreas limpias durante años.

Este uso permite dotar a los servicios de extinción de una pericia en el control del fuego fundamental, extrapolable a las intervenciones del día a día, que pueden incidir favorablemente en su efectividad. Las oportunidades que ofrece esta herramienta son muchas; desde la limpieza de cañares y campos yermos, hasta la creación de fajas auxiliares o espacios de discontinuidad en la masa forestal. La eliminación preventiva de combustible mediante la gestión del monte con quemas prescritas ataca directamente a la paradoja de la extinción y, por lo tanto, facilita el control de futuros incendios.

Por otro lado, es necesario adaptar nuestro entorno al nuevo clima. El fuego es el principal agente en este proceso adaptativo, con todos los problemas que ello genera. Por eso, hay que implantar especies menos combustibles y adaptadas a nuestro entorno que permitan crear discontinuidades en la masa forestal apoyadas en fajas auxiliares naturales o artificiales. Porque siempre será mejor sacrificar nuestra vegetación endémica para implantar otras especies que retengan el sustrato, a sustituirla por zonas áridas y desérticas, que es lo que nos espera si no hacemos nada.

En cuanto a la gestión de los dispositivos de extinción. Es evidente que es necesario un mando único autonómico que rompa las barreras provinciales. Dejar atrás los actuales modelos de encomienda e implantar el Cos de Bombers Forestals de la Generalitat Valenciana va a permitir actuar con mayor rapidez y mejor coordinados en cualquier lugar del territorio. Pero también hay que abordar el problema de la interfaz urbana, es decir, aquellos incendios que afectan a zonas urbanizadas introducidas en entornos forestales. Tanto los Planes Especiales como la Ley de Protección civil, establecen la prioridad en la protección de las personas, bienes y el medio ambiente, por este orden. Por eso, cuando un incendio se propaga y termina afectando a una interfaz, todos los recursos disponibles deben abandonar el frente para defender las urbanizaciones, dejando un vacío de medios crítico que permite que se siga propagando a otras áreas y otras urbanizaciones. Es de vital importancia implantar por ley planes de autoprotección en estas zonas e incluso establecer un sistema de penalización a las nuevas urbanizaciones que por sus características, son indefendibles. Los servicios de extinción no pueden abandonar el frente para dedicarse a proteger chalets que carecen de posibilidad alguna de salvarse y que además esconden riesgos para los profesionales; botellas de gas, instalaciones eléctricas, depósitos de gasoil, etc... Por lo tanto, deben establecerse perímetros de seguridad a través de fajas auxiliares, vías de escape, hidrantes y un sin fin de recursos en cada interfaz que den una oportunidad a los bomberos de hacer un trabajo eficaz y seguro que justifique sacrificar los medios que trabajan en el incendio. Por contra, aquellas que no lo tengan y no puedan protegerse, deben ponderarse en la escala de prioridades como ya se hace en otros países y, llegado el caso, limitar las actuaciones a la evacuación de residencias y permitiendo al dispositivo trabajar en algo que realmente ofrezca resultados.

Por otro lado, debemos acostumbrarnos a que no todo el trabajo debe ser extinción o que la extinción debe ser la parte final de la actuación. Atendemos infinidad de servicios en los que en vez de atacar a las llamas de forma sistemática, podríamos dirigir las mismas para permitir una quema controlada, especialmente en cañares y pequeños barrancos cuya quema intencionada es susceptible de repetirse si hemos actuado con excesiva precocidad.

Por todo lo expuesto anteriormente, quiero concluir con el matiz más importante de todos. El problema no son los incendios. El ser humano ha convivido con ellos toda la vida, manteniendo un equilibrio entre lo quemado y el monte regenerado. La cuestión que nos ocupa son los incendios de sexta generación. El modelo de extinción que podría tener más o menos éxito en otras épocas, hoy plantea grandes dilemas que nos hacen pensar que algo debemos cambiar. La paradoja de la extinción derivada de la intervención precoz genera grandes masas forestales desordenadas. Con las actuales condiciones de temperatura y humedad, ese monte se convierte en un combustible de extraordinaria virulencia. Los incendios terminan alcanzando unas dimensiones de tal magnitud que son capaces de cambiar la meteorología de su área de influencia. Por lo tanto, estamos hablando en esencia de un nuevo fenómeno natural con una capacidad de devastación inusitada.

El problema de hoy no es tanto proteger nuestros bosques del fuego, sino proteger a la sociedad de su potencial de destrucción.

domingo, 19 de agosto de 2018

LA LUCHA CONTRA TODO



Los bomberos y bomberas forestales vivimos inmersos en una lucha constante: una lucha por nuestros derechos, una lucha por nuestro reconocimiento, pero también una lucha contra un fuego cada vez más virulento. Con la constitución de la Agencia Valenciana de Seguridad y Respuesta a las Emergencias se ha abierto una puerta para que el colectivo de profesionales entremos a formar parte del engranaje público de la administración. Nuestras reivindicaciones no sólo son históricas y bien conocidas, sino que además son necesarias para el correcto funcionamiento de un Servicio de Bomberos Forestales que quiera estar a la altura de los desafíos que conlleva el cambio climático. 

En un momento donde se preveen grandes cambios en el operativo, se hace necesario profundizar en el origen de este servicio para entender cómo es posible que hallamos llegado al siglo XXI en unas condiciones propias del siglo pasado.

Breve historia del servicio de extinción de incendios forestales

Que cualquier pastor que desde primero de mayo hasta fin del mes de octubre, que truxere yesca o pedernal, e fuese hallado con ello, que pague la pena por cada vez de 100 maravedíes para dicho Concejo. E cualquiera que en todo el año quemase Escobar o monte cualquiera de los de la Tierra, aya pena de 2.000 maravedíes para el Concejo, de más del daño que ficiese1

1.Texto de 1.211 relativo a• la Sierra de Gredos

Hace 800 años las sociedades ya tomaban conciencia sobre las consecuencias de la interacción del hombre con el entorno natural y de las graves consecuencias económicas y medioambientales que se derivaban de ello. Es difícil sin embargo, establecer una fecha en la gestación del servicio de incendios forestales. Las instituciones, las entidades y los paraguas organizativos por los que ha pasado han sido diversos: Patrimonio Forestal del Estado, Dirección General de Montes, Icona, Dirección General de Conservación de la Naturaleza... figuras públicas que trataban de armonizar políticas agrarias y de conservación con un servicio propio de las emergencias como es la extinción de los incendios forestales, creando una histórica dicotomía entre prevención y extinción; dos servicios que han caminado siempre en la misma dirección, pero sin llegar a encontrar un punto de encuentro. Prueba de ello ha sido el turismo institucional por el que ha pasado el servicio, que ha ido viajando de consellería en consellería: Medio Ambiente, Gobernación, Justicia, Presidencia, etc...


La última organización que entró en escena fue Tragsa. En el año 92, los profesionales que entonces trabajaban directamente para la administración a través de la Consellería de Medio Ambiente, pasaron a estar subcontratados por este ente instrumental que por primera vez, introdujo criterios económicos a la gestión de los incendios forestales. Las primeras consecuencias no se hicieron esperar: el despido inmediato de todos aquellos que no superaran las nuevas pruebas médicas y una precarización progresiva de las condiciones laborales que han convertido este servicio esencial en el más precario de la administración valenciana, pero también de la estatal.

Si entendemos el ICONA como la institución donde comienza a germinar la figura moderna y organizada del bombero forestal (retén o cuadrilla en aquel momento), hemos de remontarnos al año 1971. Hace 47 años, según las matemáticas

Así pues, durante medio siglo el servicio de Bomberos Forestales ha ido a la deriva, sin rumbo fijo y dando tumbos mientras otros servicios de emergencias iban encontrando su lugar y se consolidaban como servicio público. Los profesionales dedicados a la extinción de incendios forestales quedamos encallados en un limbo laboral, profesional e institucional. Casi cincuenta años de retenes, cuadrillas o brigadas, conceptos que según la real academia de la lengua, hacen referencia a un conjunto de personas, sin detallar si quiera una profesión. Y en ese océano de indefinición hemos navegado los trabajadores del servicio, como naufragos a la deriva tratando de divisar tierra en el horizonte, pero sin encontrar más que una masa de agua infinita.

LAS CLAVES DE UN MODELO DE PRECARIZACIÓN UNIVERSAL

Esta reflexión conlleva obligatoriamente a la búsqueda de una causalidad, partiendo de la hipótesis de que todo esto no ha ocurrido por accidente. El Estado español está lleno de los mismos ejemplos, replicando este modelo de precarización en cada comunidad autónoma. Así pues, hay que buscar un patrón común, algo que sustantive esta decadencia que se ha sostenido en el tiempo y el espacio. 


La temporalidad

Si entendemos una profesión como el ejercicio de una actividad determinada de la que se vive, llegamos a la conclusión de que la extinción de incendios forestales no cumplía con esos mínimos. Los profesionales de aquella época no tenían dedicación exclusiva en el servicio, sino que compaginaban las campañas de verano con otro tipo de oficios para poder ganarse la vida, en un contexto donde la disponibilidad y la voluntad eran los factores decisivos para poder trabajar en esto. La concepción de los incendios de entonces, sin una planificación estratégica de medios ni de recursos humanos, dio como origen un servicio compuesto por trabajadores del mundo rural, con diferentes dedicaciones donde los incendios y su extinción eran un añadido a sus vidas, ocupando un lugar secundario como oficio y fuente de ingresos. Además, la estacionalidad y eventualidad del trabajo, sumado al escaso incentivo de aquellas condiciones laborales generó una fuerte rotación de personal y un colectivo extremadamente voluble, con participación ocasional e intermitente en las campañas de incendios. Sólo unos pocos consolidaban su compromiso año tras año. Todo ello provocó una primera deriva: un colectivo numeroso, pero sin una continuidad que materializara la profesión; un servicio que nacía, crecía y evolucionaba durante los meses de verano, pero que se derrumbaba al final de cada campaña, tirando por la borda todo el saber hacer y dejando en la cuneta a unos profesionales que habían adquirido una experiencia muy valiosa, pero que debían reorientar sus vidas profesionales para poder ganarse el pan del resto del año.


Que duda cabe que sin una continuidad en el tiempo y sin una columna vertebral que diera continuidad al servicio, era complicado no sólo crear un servicio profesional de extinción, sino también pelear por unas condiciones laborales dignas.

La dispersión geográfica

Sumado a lo anterior, debemos también poner el foco de atención en la ubicación geográfica de los trabajadores. En general, localizados en zonas de interior, dispersados estratégicamente en áreas rurales remotas a lo largo de todo el territorio valenciano. No es algo a lo que hayamos de restar importancia. La mayoría de profesiones y oficios crecen y se vertebran a partir de un contacto colectivo y de la puesta en común de problemas, propuestas y soluciones. Sin embargo, en este servicio los flujos de información han sido sistemáticamente bloqueados verticalmente por un sistema de trabajo sectorizado en estratos profesionales totalmente estancos que han impedido la retroalimentación y la puesta en valor de la experiencia de los que están trabajando en primera línea. Con ello, el intercambio de conocimiento y la puesta en común de los “brigadistas”con los que tradicionalmente han ocupado escalas técnicas en un despacho ha sido prácticamente inexistente. Pero por otro lado, la distancia geográfica y la disparidad de los perfiles de trabajo ha supuesto una barrera horizontal para permitir la comunicación de los profesionales del sector, trabajando a expensas de la información que venía de arriba, muchas veces manipulada y suministrada con una clara intención represora y adoctrinadora.


La falta de corporativismo

El contacto colectivo ha sido siempre el caldo de cultivo del corporativismo de los actuales servicios de emergencia y, en general, de cualquier agrupación profesional. El estar ubicados en núcleos urbanos mucho más próximos entre sí les ha facilitado el intercambio de opiniones y el establecimiento de líneas de acción sindical y profesional. Este corporativismo hay que entenderlo en positivo, como el motor de empuje de cualquier organización profesional, ya que por definición supone la agrupación vertical de patronos, técnicos y profesionales con independencia de su clase social. Sin embargo, en el servicio de incendios forestales, la dispersión de las plantillas y la estanqueidad de las escalas profesionales ha dificultado el hermanamiento de los trabajadores y la puesta en común de los problemas del día a día, inhibiendo cualquier sentimiento de unidad y pertenencia. El aislamiento de las unidades ha sido tan salvaje que no ha sido hasta la llegada de las redes sociales cuando se han podido ver las primeras movilizaciones a nivel estatal, permitiendo visualizar no sólo los problemas del colectivo, sino al colectivo en sí mismo: nos habían escondido tanto que la sociedad nos abrazaba por primera vez.


Un servicio a la deriva

Sumado a todo lo anterior, hay que destacar los contínuos cambios de rumbo que ha sufrido el servicio con cada gobierno, que ha dejado en manos del azar, de los intereses sindicales y de los criterios mercantiles en última instancia, cuestiones fundamentales en un sector obligado a ser profesional y eficaz. Como ya hemos comentado antes, la eventualidad, la estacionalidad, la localización geográfica y la precariedad del servicio establecían los únicos filtros de acceso a la profesión. En la medida en que se redujo la eventualidad y mejoraron algunas condiciones del servicio, entraron en juego nuevos perfiles profesionales: gente ajena al mundo rural, con menos experiencia en el campo pero con una gran vocación hacia las emergencias y el medio natural que además veían en el servicio de incendios, una oportunidad para ganarse la vida. Este hecho se ha visto acentuado en estos tiempos de crisis, donde la demanda de trabajo se ha incrementado exponencialmente. Sin embargo, en un sector de gran eventualidad donde la mitad del colectivo clamaba por un trabajo estable, los criterios de acceso han sido objeto de moneda de cambio y bandera electoral. Desapoderar a las empresas y sus sindicatos afines del proceso de selección, ha sido una reivindicación histórica del colectivo para despejar cualquier sombra de duda sobre la capacidad de los profesionales del servicio y consolidar una estructura corporativa sólida, con técnicos y mandos emergidos desde las bases por méritos propios y seleccionados a través de una promoción transparente y rigurosa. Esto es algo esencial en un servicio donde los responsables deben transmitir confianza y no ser cuestionados como ocurre ahora con muchos mandos que han accedido al puesto mediante el libre criterio de empresa, o incluso están imputados en causas penales abiertas, sin que se hayan tomado medidas cautelares.


La estacionalidad de los incendios

Que duda cabe que todo lo anterior ha venido determinado por la estacionalidad de los incendios forestales, una característica intrínseca que hoy sigue condicionando la organización del servicio. Pese a que en la sociedad valenciana, el arraigo del uso del fuego hace que hayan intervenciones durante todo el año, las condiciones extremas del verano concentran la mayoría de los incendios, tanto en número como en magnitud. Pero esto no basta para justificar la estacionalidad de un trabajo ni el abandono sufrido por los profesionales de incendios. El entrenamiento diario, la formación, la capacitación y la experiencia es lo que permite que en los picos del ciclo que los profesionales estemos en óptimas condiciones para combatir los incendios. Además el invierno ofrece una ventana meteorológica formidable para realizar trabajos preventivos y quemas prescritas. Por lo tanto, sólo puede entenderse un modelo estacionario de emergencias desde la subestima de la profesión y sus riesgos, dando una solución eventual, precaria y simplista que, por un lado, prima enormemente la experiencia en los procesos selectivos pero por otro, permite una fuga permanente de profesionales forzando a una renovación continua de la plantilla. Una contradicción histórica que a día de hoy sigue estando patente. 

Los grupos de presión

También es necesario recordar que en ciertos momentos, el corporativismo que sí han disfrutado históricamente otros servicios de emergencia, se ha convertido en la espada de Damocles de los trabajadores de los incendios forestales. La reivindicación sobre la categoría profesional que ha cobrado fuerza en los últimos años, fue casi una realidad hace dos décadas cuando con el paso de la encomienda forestal a los SPEIS, los trabajadores pasaron a llamarse “Bomberos Forestales” . Poco duró aquello, apenas un par de años. La presión de los consorcios e instituciones forzaron a sustituir la palabra “bombero” por el de “brigada”. Una evidencia más de que la ausencia de estructura o “corporación”, deriva casi siempre en el sometimiento a los servicios e instituciones que sí la tienen.


EL NUEVO CONTEXTO DEL CAMBIO CLIMATICO

Todo lo anterior por sí mismo no ofrece una explicación al cambio del modelo profesional actual. Hay varios factores que están modificando el comportamientos de los incendios forestales, desplazándonos hacia un escenario apremiante que es clave para entender el por qué ahora se ha decidido afrontar la reforma del servicio.

Más masa forestal 

En contra de la creencia generalizada de que la superficie forestal ha disminuído en los últimos años, la realidad es muy diferente. La superficie forestal arbolada ha aumentado un 33% en los últimos 25 años, debido principalmente a la repoblación de bosques, al abandono de las tierras agrícolas y a la actuación precoz de los servicios de extinción de incendios forestales. Cada año ha aumentado la superficie forestal en 180.000 hectáreas, 3.300 de las cuales pertenecen a la Comunidad Valenciana. 

El cambio climático y los megaincendios

A su vez, el cambio climático está consolidándose año tras años, con episodios de sequía cada vez más frecuentes y récord de temperaturas. Cada vez llueve menos y hace más calor. Según Raúl Quillez, técnico forestal del Consorcio de Incendios de Valencia “Los incendios forestales, tal y como los hemos conocido (frecuencia, estacionalidad, severidad, etc.), están sufriendo un profundo cambio motivado por la expansión de las masas forestales y su interacción con la población, pero también por la variación de las condiciones meteorológicas que los gobiernan, innegablemente afectadas por el denominado cambio climático2


Juan Sánchez Ruiz, director del Centro Operativo Regional del plan Infoca en Andalucía decía en una entrevista que “Hemos ido aumentando la nomenclatura, el incendio, gran incendio, el muy gran incendio, el súper incendio, el mega incendio, hasta llegar a los de sexta generación, los de ahora3

Marc Castellnou, jefe de los Grupos de apoyo de actuaciones forestales de la Generalitat de Catalunya explica que "Los incendios de primera generación llegan en los años 60, cuando los mosaicos de cultivo van a menos, el bosque gana continuidad y los fuegos se hacen más grandes; para la segunda generación, una década después, se sigue acumulando masa forestal y , además de continuidad las llamas ganan velocidad; en los de tercera, en la década de los 90, se incrementa la densidad de ese combustible que posibilita fuegos continuos, rápidos e intensos, superando la capacidad de sofocarlos". Con la cuarta edad, se mantienen las potencialidades antes descritas y se acumula un factor de extrema vulnerabilidad: "la continuidad de la masa forestal conduce a las llamas hasta los confines de urbanizaciones y pueblos", obligando a priorizar la defensa de la vida humana con un margen mínimo, inédito hasta entonces. En la siguiente generación, el potencial nocivo del incendio se sofistica, añadiendo la complejidad de declarar diferentes focos en una misma área, dificultando sobremanera el despliegue efectivo de la estrategia sobre el terreno. Con los incendios de sexta generación "Se generan condiciones en las que se libera tal nivel de energía que el fuego tiene capacidad de modificar las características meteorológicas a su alrededor y crear lo que denominamos una tormenta de fuego, que conduce el incendio, generando aceleraciones , rayos, nuevas igniciones y, sobre todo, vientos erráticos que hacen imprevisible su rumbo4"
2.Ecoavant.com, 23 de Octubre de 2017

3.ABC Andalucía, 26 de Junio de 2017

4.elPeriódico, 2 de diciembre de 2017
La necesidad de una adaptación controlada

Así pues nos encontramos con un escenario de bosques y ecosistemas sobreprotegidos que sobreviven en unas condiciones climáticas que ya no le son propias y que deben adaptarse al nuevo contexto. El fuego ha sido desde siempre el propulsor de esa adaptación, pero la continuidad forestal existente, la proliferación de viviendas en estos entornos y la reiterada ausencia de políticas de gestión de la masa forestal hace que el riesgo de megaincendios e incendios de sexta generación esté más latente que nunca. El modelo de bomberos forestales de los 70 y 80 no puede combatir en los escenarios actuales. Hacen falta profesionales con entera dedicación, bien equipados y formados para afrontar los incendios del siglo XXI. Para ello es necesario crear nuevos espacios abiertos en la masa forestal a través de políticas de aprovechamiento, pero también mediante la vacunación del monte con quemas prescritas y otras medidas de prevención que catalicen la adaptación al nuevo contexto climático sin que devenga una catástrofe. Aquí es donde los bomberos y bomberas forestales tenemos mucho que hacer en los próximos años.


DE VUELTA A LO PÚBLICO

El servicio de bomberos forestales, tras décadas y décadas de externalización, por fin vuelve a pasar a la Generalitat. Antes del 30 de noviembre de este ejercicio, todos los trabajadores del servicio de bomberos forestales serán subrogados5 a la Agencia Valenciana de Emergencias, rescatando de esta manera al único servicio esencial que quedaba en mano de subcontratas. Este regreso a lo público es una demanda histórica de los trabajadores que han visto durante todos estos años cómo sus condiciones laborales sufrían una decadencia vertiginosa respecto al resto de profesionales del ramo. 

5.DOGV número 8202 la LEY 21/2017, de 28 de diciembre

Pero esta reversión no sólo abre un camino de esperanza para los bomberos y bomberas forestales. Además tiene profundas implicaciones a nivel profesional, organizativo, económico y de coordinación que va a permitir sortear los grandes obstáculos que implicaba la gestión privada y que entorpecían enormemente la protección del patrimonio forestal valenciano.


Independencia y profesionalidad

Por un lado, va a proveer a los profesionales de total independencia en el desempeño de sus funciones, guiándose exclusivamente de los criterios técnicos y profesionales, frente a los abusos de poder habituales en el seno de una legislación laboral cada vez menos garantista. La protección que ofrece la figura de empleado público y la consolidación del acceso por criterios rigurosos, permite disuadir el uso interesado de los servicios de emergencia por parte de los grupos de influencia, para reforzar unos criterios profesionales mucho más eficientes. Además, abre la puerta a la jubilación anticipada, sólo contemplada hasta ahora para los servicios de bomberos públicos, pese al alto riesgo de nuestra profesión y las condiciones de trabajo extremas en las que se desarrolla. Los coeficientes reductores evitarán el envejecimiento prematuro de la plantilla y permitirán reducir el índice de siniestralidad.

Por otro lado, dotará a los profesionales de la autoridad necesaria para que los ciudadanos ofrezcan mayor colaboración durante las emergencias, además de dotarnos de una protección legal adicional para hacer frente a comportamientos violentos o intimidantes que son frecuentes en los contextos de alto estrés de una intervención (especialmente si hay familiares o bienes de valor involucrados).

Eficiencia económica, social y medioambiental 

La subcontratación a través de medios “in house” mediante fórmulas mercantilistas, prima los criterios económicos sobre cualquier otro, descartando cualquier método de valoración cualitativa. Esto, lejos de suponer un ahorro para la administración, alimenta el margen comercial del proveedor de servicios, estableciendo una relación clientelar más propia de los negocios que de un servicio de emergencias. Es la administración la que tiene que soportar el margen comercial mientras el trabajador asume la presión mercantil en forma de contención salarial, medios materiales insuficientes y equipos “low cost”, todo ello facturado a precio de primera división.


La Sindicatura de Comptes, en su reciente auditoría sobre la gestión de los incendios forestales en el periodo de 2011 a 2015, no deja lugar a dudas. En un contundente informe de casi 200 páginas, concluye que los sobrecostes y gastos sin justificar que implica la gestión a través de Tragsa suponen un 14% del total facturado y que si la AVSRE realizara el servicio directamente, con el mismo número de efectivos y manteniendo el resto de costes, implicaría un ahorro potencial sólo en el ejercicio 2015 de más de 3 millones de Euros. 

No es para menos. En varias ocasiones se han pronunciado los tribunales de cuentas no sólo de las Comunidades Autónomas, sino también del Estado6 subrayando la falta de control en la facturación de servicios a través de las encomiendas de gestión y del uso abusivo de esta figura para contratar actividades permanentes y de carácter estructural, lo que genera una progresiva “descapitalización de la administración que tiene atribuida la competencia, al derivarse hacia los medios propios los recursos que en buena lógica deberían estar destinados en aquellas”. Como apunta el Tribunal de Cuentas en su informe de 2016, mientras que las encomiendas de gestión deberían ser concretas y específicas destinadas a suplir insuficiencias temporales de plantilla, en la Comunidad Valenciana, esta fórmula se lleva utilizando más de 25 años para un servicio no sólo de carácter estructural, sino además declarado legalmente como esencial.

6.Tribunal de Cuentas: Informe de Fiscalización de la encomienda de gestión regulada en la legislación de contratación pública aplicable, por las entidades del sector público autonómico español durante el ejercicio 2013

La vuelta a lo público permitirá priorizar los criterios sociales, profesionales y medioambientales, permitiendo a los bomberos forestales disponer de recursos materiales de calidad que le faciliten ejercer su trabajo de forma más eficaz y eficiente. Pero a la vez permite optimizar recursos económicos gracias un mayor control de los mismos y a la desaparición de los costes de intermediación así como los no justificados.

LA AVSRE COMO PALANCA DE CAMBIO

La creación de la Agencia Valenciana de Seguridad y Respuesta a las Emergencias ha propiciado el debate parlamentario sobre la vuelta a lo público del servicio de bomberos forestales. Era inevitable que durante la creación del ente, se hablara del único servicio autonómico del cual es titular y de las condiciones lamentables en las que trabajamos. El uso político del colectivo ha sido notable pero en cierto modo nos ha servido para ganar visibilidad parlamentaria y dejar al descubierto las carencias del actual modelo de gestión donde la precariedad es sólo uno de los síntomas de algo mucho más grave.


La agencia ofrece por primera vez una estructura con capacidad jurídica para rescatar el servicio y acabar de una vez con las encomiendas de gestión. El propio gobierno valenciano ha tomado parte en la guerra contra las privatizaciones, abanderando este tipo de conflictos a través del Hospital de la Ribera y demostrando una férrea voluntad de salvaguardar los servicios públicos esenciales. Todos estamos convencidos de que el paso a la administración pública va a resolver los grandes problemas del servicio, algo necesario para dedicar todas nuestras energías en afrontar los desafíos que se presentan para el futuro y que van a requerir de los mejores profesionales, de los mejores equipos y de la máxima coordinación autonómica, estatal y europea. El cambio climático es real y nos avoca hacia un horizonte de incertidumbre. Si no nos ponemos a trabajar ya, los bosques que tanto amamos podrían convertirse en la gran amenaza de nuestro ya castigado entorno rural. Esperemos que los que tienen el poder de cambiar las cosas, lo hagan. Todavía estamos a tiempo de proteger nuestros montes... o seremos los ciudadanos los que tengamos que protegernos de ellos.

Fuegos que no queman. Bosques que no arden

 Una historia de bomberos forestales   A veces cuesta explicar la situación en la que nos encontramos. Para la sociedad en general, los inc...