Los bomberos y bomberas forestales vivimos inmersos en
una lucha constante: una lucha por nuestros derechos, una lucha por nuestro
reconocimiento, pero también una lucha contra un fuego cada vez más virulento.
Con la constitución de la Agencia Valenciana de Seguridad y Respuesta a las
Emergencias se ha abierto una puerta para que el colectivo de profesionales
entremos a formar parte del engranaje público de la administración. Nuestras
reivindicaciones no sólo son históricas y bien conocidas, sino que además son
necesarias para el correcto funcionamiento de un Servicio de Bomberos
Forestales que quiera estar a la altura de los desafíos que conlleva el cambio
climático.
En un momento donde se preveen grandes cambios en el
operativo, se hace necesario profundizar en el origen de este servicio para
entender cómo es posible que hallamos llegado al siglo XXI en unas condiciones
propias del siglo pasado.
Breve historia del servicio de extinción de incendios
forestales
“Que cualquier pastor que desde primero de mayo
hasta fin del mes de octubre, que truxere yesca o pedernal, e fuese hallado con
ello, que pague la pena por cada vez de 100 maravedíes para dicho Concejo. E
cualquiera que en todo el año quemase Escobar o monte cualquiera de los de la
Tierra, aya pena de 2.000 maravedíes para el Concejo, de más del daño que
ficiese1”
1.Texto de 1.211 relativo a• la Sierra de Gredos
Hace 800 años las sociedades ya tomaban conciencia
sobre las consecuencias de la interacción del hombre con el entorno natural y
de las graves consecuencias económicas y medioambientales que se derivaban de
ello. Es difícil sin embargo, establecer una fecha en la gestación del servicio
de incendios forestales. Las instituciones, las entidades y los paraguas
organizativos por los que ha pasado han sido diversos: Patrimonio Forestal del
Estado, Dirección General de Montes, Icona, Dirección General de Conservación
de la Naturaleza... figuras públicas que trataban de armonizar políticas
agrarias y de conservación con un servicio propio de las emergencias como es la
extinción de los incendios forestales, creando una histórica dicotomía entre
prevención y extinción; dos servicios que han caminado siempre en la misma
dirección, pero sin llegar a encontrar un punto de encuentro. Prueba de ello ha
sido el turismo institucional por el que ha pasado el servicio, que ha ido
viajando de consellería en consellería: Medio Ambiente, Gobernación, Justicia,
Presidencia, etc...
La última organización que entró en escena fue Tragsa.
En el año 92, los profesionales que entonces trabajaban directamente para la
administración a través de la Consellería de Medio Ambiente, pasaron a estar
subcontratados por este ente instrumental que por primera vez, introdujo
criterios económicos a la gestión de los incendios forestales. Las primeras
consecuencias no se hicieron esperar: el despido inmediato de todos aquellos
que no superaran las nuevas pruebas médicas y una precarización progresiva de
las condiciones laborales que han convertido este servicio esencial en el más
precario de la administración valenciana, pero también de la estatal.
Si entendemos el ICONA como la institución donde
comienza a germinar la figura moderna y organizada del bombero forestal (retén
o cuadrilla en aquel momento), hemos de remontarnos al año 1971. Hace 47 años,
según las matemáticas
Así pues, durante medio siglo el servicio de Bomberos
Forestales ha ido a la deriva, sin rumbo fijo y dando tumbos mientras otros
servicios de emergencias iban encontrando su lugar y se consolidaban como
servicio público. Los profesionales dedicados a la extinción de incendios
forestales quedamos encallados en un limbo laboral, profesional e
institucional. Casi cincuenta años de retenes, cuadrillas o brigadas, conceptos
que según la real academia de la lengua, hacen referencia a un conjunto de
personas, sin detallar si quiera una profesión. Y en ese océano de indefinición
hemos navegado los trabajadores del servicio, como naufragos a la deriva
tratando de divisar tierra en el horizonte, pero sin encontrar más que una masa
de agua infinita.
LAS CLAVES DE UN MODELO DE PRECARIZACIÓN UNIVERSAL
Esta reflexión conlleva obligatoriamente a la búsqueda
de una causalidad, partiendo de la hipótesis de que todo esto no ha ocurrido
por accidente. El Estado español está lleno de los mismos ejemplos, replicando
este modelo de precarización en cada comunidad autónoma. Así pues, hay que
buscar un patrón común, algo que sustantive esta decadencia que se ha sostenido
en el tiempo y el espacio.
La temporalidad
Si entendemos una profesión como el ejercicio de una
actividad determinada de la que se vive, llegamos a la conclusión de que la
extinción de incendios forestales no cumplía con esos mínimos. Los
profesionales de aquella época no tenían dedicación exclusiva en el servicio,
sino que compaginaban las campañas de verano con otro tipo de oficios para
poder ganarse la vida, en un contexto donde la disponibilidad y la voluntad
eran los factores decisivos para poder trabajar en esto. La concepción de los
incendios de entonces, sin una planificación estratégica de medios ni de
recursos humanos, dio como origen un servicio compuesto por trabajadores del
mundo rural, con diferentes dedicaciones donde los incendios y su extinción
eran un añadido a sus vidas, ocupando un lugar secundario como oficio y fuente
de ingresos. Además, la estacionalidad y eventualidad del trabajo, sumado al
escaso incentivo de aquellas condiciones laborales generó una fuerte rotación
de personal y un colectivo extremadamente voluble, con participación ocasional
e intermitente en las campañas de incendios. Sólo unos pocos consolidaban su
compromiso año tras año. Todo ello provocó una primera deriva: un colectivo
numeroso, pero sin una continuidad que materializara la profesión; un servicio
que nacía, crecía y evolucionaba durante los meses de verano, pero que se
derrumbaba al final de cada campaña, tirando por la borda todo el saber hacer y
dejando en la cuneta a unos profesionales que habían adquirido una experiencia
muy valiosa, pero que debían reorientar sus vidas profesionales para poder
ganarse el pan del resto del año.
Que duda cabe que sin una continuidad en el tiempo y
sin una columna vertebral que diera continuidad al servicio, era complicado no
sólo crear un servicio profesional de extinción, sino también pelear por unas
condiciones laborales dignas.
La dispersión geográfica
Sumado a lo anterior, debemos también poner el foco de
atención en la ubicación geográfica de los trabajadores. En general,
localizados en zonas de interior, dispersados estratégicamente en áreas rurales
remotas a lo largo de todo el territorio valenciano. No es algo a lo que
hayamos de restar importancia. La mayoría de profesiones y oficios crecen y se
vertebran a partir de un contacto colectivo y de la puesta en común de
problemas, propuestas y soluciones. Sin embargo, en este servicio los flujos de
información han sido sistemáticamente bloqueados verticalmente por un sistema
de trabajo sectorizado en estratos profesionales totalmente estancos que han
impedido la retroalimentación y la puesta en valor de la experiencia de los que
están trabajando en primera línea. Con ello, el intercambio de conocimiento y
la puesta en común de los “brigadistas”con los que tradicionalmente han ocupado
escalas técnicas en un despacho ha sido prácticamente inexistente. Pero por
otro lado, la distancia geográfica y la disparidad de los perfiles de trabajo
ha supuesto una barrera horizontal para permitir la comunicación de los
profesionales del sector, trabajando a expensas de la información que venía de
arriba, muchas veces manipulada y suministrada con una clara intención
represora y adoctrinadora.
La falta de corporativismo
El contacto colectivo ha sido siempre el caldo de
cultivo del corporativismo de los actuales servicios de emergencia y, en
general, de cualquier agrupación profesional. El estar ubicados en núcleos
urbanos mucho más próximos entre sí les ha facilitado el intercambio de
opiniones y el establecimiento de líneas de acción sindical y profesional. Este
corporativismo hay que entenderlo en positivo, como el motor de empuje de
cualquier organización profesional, ya que por definición supone la agrupación
vertical de patronos, técnicos y profesionales con independencia de su clase
social. Sin embargo, en el servicio de incendios forestales, la dispersión de
las plantillas y la estanqueidad de las escalas profesionales ha dificultado el
hermanamiento de los trabajadores y la puesta en común de los problemas del día
a día, inhibiendo cualquier sentimiento de unidad y pertenencia. El aislamiento
de las unidades ha sido tan salvaje que no ha sido hasta la llegada de las
redes sociales cuando se han podido ver las primeras movilizaciones a nivel
estatal, permitiendo visualizar no sólo los problemas del colectivo, sino al
colectivo en sí mismo: nos habían escondido tanto que la sociedad nos abrazaba
por primera vez.
Un servicio a la deriva
Sumado a todo lo anterior, hay que destacar los
contínuos cambios de rumbo que ha sufrido el servicio con cada gobierno, que ha
dejado en manos del azar, de los intereses sindicales y de los criterios
mercantiles en última instancia, cuestiones fundamentales en un sector obligado
a ser profesional y eficaz. Como ya hemos comentado antes, la eventualidad, la
estacionalidad, la localización geográfica y la precariedad del servicio
establecían los únicos filtros de acceso a la profesión. En la medida en que se
redujo la eventualidad y mejoraron algunas condiciones del servicio, entraron
en juego nuevos perfiles profesionales: gente ajena al mundo rural, con menos
experiencia en el campo pero con una gran vocación hacia las emergencias y el
medio natural que además veían en el servicio de incendios, una oportunidad
para ganarse la vida. Este hecho se ha visto acentuado en estos tiempos de
crisis, donde la demanda de trabajo se ha incrementado exponencialmente. Sin
embargo, en un sector de gran eventualidad donde la mitad del colectivo clamaba
por un trabajo estable, los criterios de acceso han sido objeto de moneda de cambio
y bandera electoral. Desapoderar a las empresas y sus sindicatos afines del
proceso de selección, ha sido una reivindicación histórica del colectivo para
despejar cualquier sombra de duda sobre la capacidad de los profesionales del
servicio y consolidar una estructura corporativa sólida, con técnicos y mandos
emergidos desde las bases por méritos propios y seleccionados a través de una
promoción transparente y rigurosa. Esto es algo esencial en un servicio donde
los responsables deben transmitir confianza y no ser cuestionados como ocurre
ahora con muchos mandos que han accedido al puesto mediante el libre criterio
de empresa, o incluso están imputados en causas penales abiertas, sin que se hayan tomado medidas
cautelares.
La estacionalidad de los incendios
Que duda cabe que todo lo anterior ha venido
determinado por la estacionalidad de los incendios forestales, una
característica intrínseca que hoy sigue condicionando la organización del
servicio. Pese a que en la sociedad valenciana, el arraigo del uso del fuego
hace que hayan intervenciones durante todo el año, las condiciones extremas del
verano concentran la mayoría de los incendios, tanto en número como en
magnitud. Pero esto no basta para justificar la estacionalidad de un trabajo ni
el abandono sufrido por los profesionales de incendios. El entrenamiento
diario, la formación, la capacitación y la experiencia es lo que permite que en
los picos del ciclo que los profesionales estemos en óptimas condiciones para
combatir los incendios. Además el invierno ofrece una ventana meteorológica
formidable para realizar trabajos preventivos y quemas prescritas. Por lo
tanto, sólo puede entenderse un modelo estacionario de emergencias desde la
subestima de la profesión y sus riesgos, dando una solución eventual, precaria
y simplista que, por un lado, prima enormemente la experiencia en los procesos
selectivos pero por otro, permite una fuga permanente de profesionales forzando
a una renovación continua de la plantilla. Una contradicción histórica que a
día de hoy sigue estando patente.
Los grupos de presión
También es necesario recordar que en ciertos momentos,
el corporativismo que sí han disfrutado históricamente otros servicios de
emergencia, se ha convertido en la espada de Damocles de los trabajadores de
los incendios forestales. La reivindicación sobre la categoría profesional que
ha cobrado fuerza en los últimos años, fue casi una realidad hace dos décadas
cuando con el paso de la encomienda forestal a los SPEIS, los trabajadores
pasaron a llamarse “Bomberos Forestales” . Poco duró aquello, apenas un par de
años. La presión de los consorcios e instituciones forzaron a sustituir la
palabra “bombero” por el de “brigada”. Una evidencia más de que la ausencia de
estructura o “corporación”, deriva casi siempre en el sometimiento a los
servicios e instituciones que sí la tienen.
EL NUEVO CONTEXTO DEL CAMBIO CLIMATICO
Todo lo anterior por sí mismo no ofrece una
explicación al cambio del modelo profesional actual. Hay varios factores que
están modificando el comportamientos de los incendios forestales,
desplazándonos hacia un escenario apremiante que es clave para entender el por
qué ahora se ha decidido afrontar la reforma del servicio.
Más masa forestal
En contra de la creencia generalizada de que la
superficie forestal ha disminuído en los últimos años, la realidad es muy
diferente. La superficie forestal arbolada ha aumentado un 33% en los últimos
25 años, debido principalmente a la repoblación de bosques, al abandono de las
tierras agrícolas y a la actuación precoz de los servicios de extinción de
incendios forestales. Cada año ha aumentado la superficie forestal en 180.000
hectáreas, 3.300 de las cuales pertenecen a la Comunidad Valenciana.
El cambio climático y los megaincendios
A su vez, el cambio climático está consolidándose año
tras años, con episodios de sequía cada vez más frecuentes y récord de
temperaturas. Cada vez llueve menos y hace más calor. Según Raúl Quillez,
técnico forestal del Consorcio de Incendios de Valencia “Los incendios
forestales, tal y como los hemos conocido (frecuencia, estacionalidad,
severidad, etc.), están sufriendo un profundo cambio motivado por la expansión
de las masas forestales y su interacción con la población, pero también por la
variación de las condiciones meteorológicas que los gobiernan, innegablemente
afectadas por el denominado cambio climático2"
Juan Sánchez Ruiz, director del Centro Operativo
Regional del plan Infoca en Andalucía decía en una entrevista que “Hemos ido
aumentando la nomenclatura, el incendio, gran incendio, el muy gran incendio,
el súper incendio, el mega incendio, hasta llegar a los de sexta generación,
los de ahora3”
Marc Castellnou, jefe de los Grupos de apoyo de
actuaciones forestales de la Generalitat de Catalunya explica que "Los
incendios de primera generación llegan en los años 60, cuando los mosaicos de cultivo
van a menos, el bosque gana continuidad y los fuegos se hacen más grandes; para
la segunda generación, una década después, se sigue acumulando masa forestal y
, además de continuidad las llamas ganan velocidad; en los de tercera, en la
década de los 90, se incrementa la densidad de ese combustible que posibilita
fuegos continuos, rápidos e intensos, superando la capacidad de
sofocarlos". Con la cuarta edad, se mantienen las potencialidades antes
descritas y se acumula un factor de extrema vulnerabilidad: "la
continuidad de la masa forestal conduce a las llamas hasta los confines de
urbanizaciones y pueblos", obligando a priorizar la defensa de la vida
humana con un margen mínimo, inédito hasta entonces. En la siguiente
generación, el potencial nocivo del incendio se sofistica, añadiendo la
complejidad de declarar diferentes focos en una misma área, dificultando
sobremanera el despliegue efectivo de la estrategia sobre el terreno. Con los
incendios de sexta generación "Se generan condiciones en las que se libera
tal nivel de energía que el fuego tiene capacidad de modificar las
características meteorológicas a su alrededor y crear lo que denominamos una
tormenta de fuego, que conduce el incendio, generando aceleraciones , rayos,
nuevas igniciones y, sobre todo, vientos erráticos que hacen imprevisible su
rumbo4"
2.Ecoavant.com, 23 de Octubre de 2017
3.ABC Andalucía, 26 de Junio de 2017
4.elPeriódico, 2 de diciembre de 2017
La necesidad de una adaptación controlada
Así pues nos encontramos con un escenario de bosques y
ecosistemas sobreprotegidos que sobreviven en unas condiciones climáticas que
ya no le son propias y que deben adaptarse al nuevo contexto. El fuego ha sido
desde siempre el propulsor de esa adaptación, pero la continuidad forestal existente,
la proliferación de viviendas en estos entornos y la reiterada ausencia de
políticas de gestión de la masa forestal hace que el riesgo de megaincendios e
incendios de sexta generación esté más latente que nunca. El modelo de bomberos
forestales de los 70 y 80 no puede combatir en los escenarios actuales. Hacen
falta profesionales con entera dedicación, bien equipados y formados para
afrontar los incendios del siglo XXI. Para ello es necesario crear nuevos
espacios abiertos en la masa forestal a través de políticas de aprovechamiento,
pero también mediante la vacunación del monte con quemas prescritas y otras
medidas de prevención que catalicen la adaptación al nuevo contexto climático
sin que devenga una catástrofe. Aquí es donde los bomberos y bomberas
forestales tenemos mucho que hacer en los próximos años.
DE VUELTA A LO PÚBLICO
El servicio de bomberos forestales, tras décadas y
décadas de externalización, por fin vuelve a pasar a la Generalitat. Antes del
30 de noviembre de este ejercicio, todos los trabajadores del servicio de
bomberos forestales serán subrogados5 a la Agencia Valenciana de
Emergencias, rescatando de esta manera al único servicio esencial que quedaba
en mano de subcontratas. Este regreso a lo público es una demanda histórica de
los trabajadores que han visto durante todos estos años cómo sus condiciones
laborales sufrían una decadencia vertiginosa respecto al resto de profesionales
del ramo.
5.DOGV número 8202 la LEY 21/2017, de 28 de diciembre
Pero esta reversión no sólo abre un camino de
esperanza para los bomberos y bomberas forestales. Además tiene profundas
implicaciones a nivel profesional, organizativo, económico y de coordinación
que va a permitir sortear los grandes obstáculos que implicaba la gestión
privada y que entorpecían enormemente la protección del patrimonio forestal
valenciano.
Independencia y profesionalidad
Por un lado, va a proveer a los profesionales de total
independencia en el desempeño de sus funciones, guiándose exclusivamente de los
criterios técnicos y profesionales, frente a los abusos de poder habituales en
el seno de una legislación laboral cada vez menos garantista. La protección que
ofrece la figura de empleado público y la consolidación del acceso por
criterios rigurosos, permite disuadir el uso interesado de los servicios de
emergencia por parte de los grupos de influencia, para reforzar unos criterios
profesionales mucho más eficientes. Además, abre la puerta a la jubilación
anticipada, sólo contemplada hasta ahora para los servicios de bomberos
públicos, pese al alto riesgo de nuestra profesión y las condiciones de trabajo
extremas en las que se desarrolla. Los coeficientes reductores evitarán el
envejecimiento prematuro de la plantilla y permitirán reducir el índice de
siniestralidad.
Por otro lado, dotará a los profesionales de la
autoridad necesaria para que los ciudadanos ofrezcan mayor colaboración durante
las emergencias, además de dotarnos de una protección legal adicional para
hacer frente a comportamientos violentos o intimidantes que son frecuentes en
los contextos de alto estrés de una intervención (especialmente si hay
familiares o bienes de valor involucrados).
Eficiencia económica, social y medioambiental
La subcontratación a través de medios “in house”
mediante fórmulas mercantilistas, prima los criterios económicos sobre
cualquier otro, descartando cualquier método de valoración cualitativa. Esto,
lejos de suponer un ahorro para la administración, alimenta el margen comercial
del proveedor de servicios, estableciendo una relación clientelar más propia de
los negocios que de un servicio de emergencias. Es la administración la que
tiene que soportar el margen comercial mientras el trabajador asume la presión mercantil
en forma de contención salarial, medios materiales insuficientes y equipos “low
cost”, todo ello facturado a precio de primera división.
La Sindicatura de Comptes, en su reciente auditoría sobre la gestión de los incendios
forestales en el periodo de 2011 a 2015, no deja lugar a dudas. En un
contundente informe de casi 200 páginas, concluye que los sobrecostes y gastos
sin justificar que implica la gestión a través de Tragsa suponen un 14% del
total facturado y que si la AVSRE realizara el servicio directamente, con el
mismo número de efectivos y manteniendo el resto de costes, implicaría un
ahorro potencial sólo en el ejercicio 2015 de más de 3 millones de Euros.
No es para menos. En varias ocasiones se han
pronunciado los tribunales de cuentas no sólo de las Comunidades Autónomas,
sino también del Estado6 subrayando la falta de control en la
facturación de servicios a través de las encomiendas de gestión y del uso
abusivo de esta figura para contratar actividades permanentes y de carácter
estructural, lo que genera una progresiva “descapitalización de la
administración que tiene atribuida la competencia, al derivarse hacia los medios
propios los recursos que en buena lógica deberían estar destinados en
aquellas”. Como apunta el Tribunal de Cuentas en su informe de 2016, mientras
que las encomiendas de gestión deberían ser concretas y específicas destinadas
a suplir insuficiencias temporales de plantilla, en la Comunidad Valenciana,
esta fórmula se lleva utilizando más de 25 años para un servicio no sólo de
carácter estructural, sino además declarado legalmente como esencial.
6.Tribunal de Cuentas: Informe de Fiscalización de la
encomienda de gestión regulada en la legislación de contratación pública
aplicable, por las entidades del sector público autonómico español durante el
ejercicio 2013
La vuelta a lo público permitirá priorizar los
criterios sociales, profesionales y medioambientales, permitiendo a los
bomberos forestales disponer de recursos materiales de calidad que le faciliten
ejercer su trabajo de forma más eficaz y eficiente. Pero a la vez permite
optimizar recursos económicos gracias un mayor control de los mismos y a la
desaparición de los costes de intermediación así como los no justificados.
LA AVSRE COMO PALANCA DE CAMBIO
La creación de la Agencia Valenciana de Seguridad y
Respuesta a las Emergencias ha propiciado el debate parlamentario sobre la
vuelta a lo público del servicio de bomberos forestales. Era inevitable que
durante la creación del ente, se hablara del único servicio autonómico del cual
es titular y de las condiciones lamentables en las que trabajamos. El uso político
del colectivo ha sido notable pero en cierto modo nos ha servido para ganar
visibilidad parlamentaria y dejar al descubierto las carencias del actual
modelo de gestión donde la precariedad es sólo uno de los síntomas de algo
mucho más grave.
La agencia ofrece por primera vez una estructura con
capacidad jurídica para rescatar el servicio y acabar de una vez con las
encomiendas de gestión. El propio gobierno valenciano ha tomado parte en la
guerra contra las privatizaciones, abanderando este tipo de conflictos a través
del Hospital de la Ribera y demostrando una férrea voluntad de salvaguardar los
servicios públicos esenciales. Todos estamos convencidos de que el paso a la
administración pública va a resolver los grandes problemas del servicio, algo
necesario para dedicar todas nuestras energías en afrontar los desafíos que se
presentan para el futuro y que van a requerir de los mejores profesionales, de
los mejores equipos y de la máxima coordinación autonómica, estatal y europea.
El cambio climático es real y nos avoca hacia un horizonte de incertidumbre. Si
no nos ponemos a trabajar ya, los bosques que tanto amamos podrían convertirse
en la gran amenaza de nuestro ya castigado entorno rural. Esperemos que los que
tienen el poder de cambiar las cosas, lo hagan. Todavía estamos a tiempo de
proteger nuestros montes... o seremos los ciudadanos los que tengamos que
protegernos de ellos.
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