La historia del servicio de bomberos forestales deja atrás un reguero de reivindicaciones desatendidas y luchas perdidas. Tratados como trabajadores de segunda y menospreciados por el señorío institucional y empresarial, hemos sido utilizados como soldados de fortuna enviados al frente a matarse contra el fuego. Si algo ha caracterizado nuestra relación con la administración ha sido la desidia y la apatía.
Siendo un
servicio esencial, nadie se ha tomado lo nuestro en serio. El turismo
institucional al que nos han sometido evoca esa imagen de niño huérfano
que vaga de una casa de acogida en otra. Despierta la ternura intrínseca
a la infante orfandad, pero en el fondo, nadie lo quiere en su casa. Y
ahí está la administración, consciente de que hay que darle un techo y
comida, por misericordia pero sobretodo, para que no se nos muera
delante de los vecinos.
Nadie
como nosotros conoce las raíces de este servicio y la transición del
perfil profesional. Hemos sido el relevo de esos trabajadores ya
jubilados, que empezaron en esto con un pañuelo en la boca y un bocata
en la mochila. Sin apenas camiones, peleaban contra el fuego con ramas,
azadas de casa y mecheros tratando de defender no sólo el monte, sino
también sus hogares y sus campos, pues la mayoría eran vecinos del
lugar. Cazadores, agricultores y ganaderos, con un profundo conocimiento
del entorno y que veían la lucha contra el fuego como un cometido
necesario, inevitable e ineludible. Muchos empezaron lanzándose como
voluntarios al monte. Poco a poco empezaron a formarse cuadrillas y los
ayuntamientos empezaron a pagarles unos duros los meses de verano. Hasta
hoy.
Hoy los profesionales del servicio ya no son vecinos de la zona. La mayoría ni si quiera viven del campo ni tienen casas amenazadas por la masa forestal. Sin embargo, siguen dejándose la piel exáctamente igual en cada incendio... algunos se dejan hasta la vida. Como Ernesto Aparicio y Emilio Albargues, que perecieron en el incendio de Torres de les Massanes hace hoy 11 años. Muchos recordamos todavía aquella tragedia, que continuó incluso cuando la última incandescencia fue sofocada. Al dolor de los compañeros y la familia se sumó el despido del compañero Pancho, el vacío institucional y el archivo de la causa sin ningún responsable.
Abandonados incluso en el lecho de muerte. Sin salvas al aire ni ceremonias pintorescas, fueron despedidos por amigos y familiares en el mismo lugar donde el fuego se llevó sus vidas. Como un soldado abatido en un fuego cruzado.
Y es que en el fondo, da la sensación de eso mismo. De que nos quieren convertir en soldados y dilapidar nuestra historia y nuestra profesión bajo una bandera que no representa patria alguna. La deriva que está llevando el servicio, presenta una simetrías con la UME que dan escalofríos. Alejando al trabajador de su profesión para dejarlo a los pies del bien supremo, anteponiendo la "patria" a sus propias vidas, renunciando al individuo a favor del colectivo y despojándonos de cualquier identidad que pueda competir con la marca de la Consellería y su publicidad institucional. La UVE pretende ser el ejército de la Consellería, una masa inerme de trabajadores silenciosos, desprovistos de identidad, de oficio, de profesión ni aspiracion alguna, pero lista para lo que sea y morir en cualquier trinchera, a las ordenes de los nuevos capitanes de la emergencia.
La maniobra de eliminar nuestra identidad "Bombers Forestals" de nuestros trajes no se debe a un descuido ni un error. No son ningún secreto las aspiraciones de los máximos responsables operativos de tener su propio ejército de soldaditos de la UVE; obedientes, serviles, dóciles, sumisos... listos para renunciar a su vida y su conciliación por el bien superior de la patria valenciana. Dispuestos a desistir de sus derechos y reivindicaciones para alcanzar la gloria identitaria. Preparados para sustituir el "gaitero" por La Senyera mientras los capitantes se llenan los bolsillos con la arena que tragamos en cada trinchera.
El
lenguaje bélico al que a veces nos sumergen sin darnos cuenta, tampoco
es casual. Y es curiosos que mientras los soldados de la UME intentan
saltar a los servicios profesionales de bomberos forestales, nuestro
servicio de bomberos forestales se va desvaneciendo a favor de una
suerte de ejército autonómico, renunciando al oficio que nos ha dado la
dignidad y el reconocimiento social y laboral.
Nuestros compañeros caídos tenían nombres y apellidos, un oficio, una profesión, un proyecto de vida... eran individuos con personalidad propia, con ideas e inquietudes. Eran bomberos forestales. Si perdemos la guerra cultural, si permitimos que borren nuestra historia y nuestra lucha eliminando nuestros símbolos identitarios, nos habrán convertido en ese ansiado ejército de soldados dóciles e inermes.
Hoy más que nunca
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