martes, 19 de marzo de 2024

Fuegos que no queman. Bosques que no arden

 Una historia de bomberos forestales

 

A veces cuesta explicar la situación en la que nos encontramos. Para la sociedad en general, los incendios forestales se viven a cierta distancia y con gran expectación. Unos siguen la evolución desde sus casas, viendo la tele, escuchando la radio o leyendo los periódicos. En las localidades próximas se asoman a sus ventanas mientras ven como una fina capa de ceniza se posa silenciosa en sus balcones. Entre los habitantes de los pueblos afectados se respira la inquietud de la incertidumbre. El estruendo de los helicóperos batiendo sus hélices agitan la calma cotidiana del mundo rural. Las avionetas surcan el cielo desafiando al fuego y hasta la mismísima ley de la gravedad. El humo se cuela por las calles, ventanas, puertas y fosas nasales. La sirenas invaden hasta el último rincón de paz y los rotativos rompen la oscuridad cuando llega el ocaso. En la noche, un resplandor ocre tiñe las montañas de alrededor. Casi todas con nombres, casi todas verdes en el último amanecer, casi todas brillando por última vez.

 

Quizás la mejor manera de explicar todo es contando una historia. Un relato de relatos, con sucesos y circunstancias que han pasado y siguen pasando. Como el siguiente, donde los nombres y la sucesión de acontecimientos es ficción, pero los hechos y circunstancias que se detallan son reales como la vida misma. Para quien corresponda.

Hemos recibido un aviso. Incendio forestal. Rápidamente nos cambiamos y nos ponemos los trajes todavía manchados del día anterior. Sólo tenemos uno y no hemos podido lavarlo todavía.

Hoy somos cuatro. Nos gustaría ir la dotación completa de seis bomberos forestales, pero nunca es lo habitual. El año pasado eso sólo ocurrió un día de cada cuatro. Uno de nuestros compañeros, Germán, dió “no apto” en el reconocimiento médico y no han enviado a nadie para sustituírlo. Germán tiene 58 años pero su espalda parece que tenga 90. Varias hernias le impiden apenas caminar y le cuesta mantenerse erguido. Son las secuelas de una vida dedicada al campo y al fuego. No sabemos que ocurrirá con él, porque no hay regulada una segunda actividad y nos tememos lo peor. A sus 58 años, es difícil volver a empezar. Hay más de 80 personas en el servicio que superan los sesenta. Decenas de compañeros que, al igual que Germán, un reconocimiento médico los ha dejado al borde del abismo, en la nada de la incertidumbre.

Con la dotación completa podríamos hacer dos tendidos y contener los conatos en poco tiempo, pero entre cuatro nos cuesta horrores. Sólo nos da para contener un flanco en un momento en el que el monte acusa una sequedad extrema. Hacía años que no veíamos las llamas propagarse incluso por las raíces, bajo un suelo mineral excepcionalmente árido y poroso.

Salimos del parque. Nuestro jefe de unidad, Paco, da la orden de adelantarnos con el 4x4. Hoy conduzco yo, porque Salva, nuestro subjefe está de baja y no han contratado a nadie para sustituirlo. Salva sufrió una caída trabajando, pero no le dió importancia. Es algo que ocurre a veces. Al día siguiente apenas podía moverse. La radiografía que le hicieron en urgencias mostraba una costilla rota. Como no anotó nada en el parte, la mutua le dijo no se qué de una patología preexistente y que no se hacía cargo. Lleva treinta días de baja laboral cobrando menos de 900 € porque que no lo han considerado un accidente de trabajo. Pese a que sigue con dolores, le ha pedido al médico de cabecera que le de el alta cuanto antes. Es un accidente más que no saldrá en las estadísticas. Pese a ello, cada año se contabilizan oficialmente más de 100 accidentes laborales en el servicio.

David, el conductor del camión tiene que apañárselas sólo mientras conduce; con la emisora, rotativos, tablet.... Normalmente va acompañado, pero hoy no puede ser. David tiene 48 años y se acaba de separar. Tenía que recoger a su hijo esta noche, porque mañana se iban al Bioparc, aprovechando que libraba el domingo. Este año le tocaba a él celebrar sus siete vueltas al sol. Mientras conduce, no para de pensar en a quién llamar para que se haga cargo de él. Un sábado... no va a ser fácil. En este servicio tu tiempo no es tuyo hasta que la empresa decide. Aunque hayas hecho planes para el cumpleaños de tu hijo. David se pregunta cómo podría pedir el día libre para su día libre. Nadie le da una respuesta.

Mientras conduzco el todoterreno pienso en la reunión que tuve anteayer en el banco. Volvieron a denegarme la hipoteca... Cuando supieron que era uno de los trescientos “indefinidos no fijos” de la empresa, dieron el portazo. Saben que he de someterme a un proceso de estabilización donde puedo perder el trabajo, pese a llevar quince años en el servicio y haber hecho todo lo que me pedían para conseguir el puesto. Me costó cinco años acercarme a casa y cuando por fin puedo dejar de pagar alquileres, me encuentro en un nuevo callejón sin salida. Y lo que es peor... aunque me estabilice, puedo perder mi destino y acabar a 200 kilómetros de mi familia. Cada noche, en mi cabeza se amontonan pensamientos recurrentes. Las horas pasan y el sueño no llega. Todavía no he empezado a tomar nada, pero otros compañeros llevan tiempo medicándose para dormir.

Acelero para ganar unos minutos que podrían ser decisivos. En los asientos traseros va Isabel que es bombera forestal. Por el camino escribe a su pareja “Cancela la cena, porque igual llego tarde”. Es sábado y habían reservado en un italiano. “No te preocupes, ten cuidado” Le responden al otro lado.

Todos hacen sus cábalas. Son salientes, es decir, libran al día siguiente por lo que saben que si la cosa se lía, les obligarán a quedarse toda la noche. Curiosamente, los que trabajan mañana se quedarán en sus bases. Aunque legalmente hay unas limitaciones de jornada que no deberían sobrepasarse, parece que a nadie le importa. El año anterior superamos el tiempo máximo de intervención una decena de veces y en siete ocasiones estuvimos trabajando más de veinte horas consecutivas. Los conductores de emergencias no están sometidos a los tiempos de descanso obligatorio y eso da total libertad a los mandos para exprimirlos durante las intervenciones. Si tras 24 horas sin dormir, paras a tomar un café, tendrás que dar mil explicaciones de por qué has tardado tanto en llegar a la base.

Cuando llegamos al incendio reina el caos, como en casi todos los grandes incendios forestales. La jornada va a ser dura. El terreno es escarpado y debemos atravesar pistas angostas custodiadas por imponentes columnas de pinar adulto.

Paco está nervioso. Sólo son cuatro y así es imposible cumplir con los protocolos de seguridad. No puede tener observador y es difícil ejecutar con éxito la maniobra de atrapamiento que han ensayado tantas veces con la dotación completa. Finalmente se encuentran con la unidad a la que deben relevar. Está trabajando en cola y flanco derecho. Hoy chuparemos poco humo.

Antonio, el jefe de la otra unidad les comenta que llevan desde la 1 de la madrugada. Están agotados. Cuando los movilizaron, apenas habían dormido un par de horas. Pero es habitual saltarse el descanso mínimo legal en este servicio. Lo hicieron en más de cuarenta ocasiones el año pasado. La unidad de Antonio lleva veintisiete horas a sus espaldas con sólo cinco horas de pausa. Cinco horas para ir a casa, cenar, dormir un par de horas y volver a la base para trabajar doce horas más. Es curioso que existiendo un decreto que acorta las jornadas en trabajos de especial penosidad y toxicidad, en el servicio de bomberos forestales se amplíen hasta alcanzar los límites de la capacidad humana.

Tras despedirnos, nos ponemos las mascarillas de papel antipartículas, que sólo sirven para no tragar cenizas. Los gases tóxicos del incendio las atraviesan como si nada. La pendiente y el esfuerzo nos obliga a dar profundas bocanadas mientras algunas rachas de viento empujan el humo hacia nosotros, llenando nuestros pulmones de un abundante surtido de gases de combustión.

“¡Y que no nos paguen toxicidad!” Grita Isabel.

Cuando Isabel tuvo a Luis, su hijo, tuvo que renunciar a la lactancia natural. Ella ha asumido respirar toda esta mierda cancerígena, pero su hijo no. Y no iba a permitir que le llegara ni si quiera a través de un acto tan natural como es amamantar a su hijo. Pese al sacrificio que le supuso la decisión, todavía se siente juzgada cuando la miran dandole fórmula. Pero sabe que su leche está tan contaminada como sus pulmones.

Ninguno de los bomberos forestales de la comunidad valenciana cobra en concepto de toxicidad, penosidad o peligrosidad. Y es que, como en tantas y tantas administraciones autonómicas, nadie se ha preocupado de estudiar cómo nos afecta el calor, los sobreesfuerzos, las lesiones, el estrés o el humo. No nos dejan fumar en las terrazas para proteger la salud, pero podemos respirar cianuro de hidrógeno a bocanadas sin que a nadie le importe. Así es la vida, pensamos.

En plena noche cerrada continuamos extinguiendo el flanco, cansados por el esfuerzo que tenemos que hacer para transportar las mangueras entre tres. La humedad apacigua las llamas y empieza a enfriar nuestro sudor que empapa nuestra espalda. El relevo, como de costumbre, tarda en llegar. Hoy de nuevo haremos más horas de las que tocan. Mientras aguardamos en el punto de encuentro, amanece. Con las primeras luces, aparece un puñado de vecinos. Algunos nos animan, pero otros no entienden que hacemos parados, sin hacer nada. Si supieran...

Por fin llega la unidad que nos sustituye. Es una unidad de refuerzo que empezó hace apenas quince días. El responsable nunca ha estado en un incendio. La mayoría ni si quiera se ha podido preparar físicamente porque el resto del año han tenido que buscarse la vida en trabajos de fortuna. Las unidades de refuerzo sólo trabajan seis meses al año. Es incomprensible. Tarde o temprano tendrán que abandonar este oficio en busca de un salario digno y estable que les permita sacar adelante sus proyectos vitales. Sólo conozco un servicio público con puestos estructurales de seis meses. El Servicio de Bomberos Forestales. Hay quince unidades de refuerzo en la Comunitat Valenciana. Doscientos trabajadores que terminarán por claudicar y renunciar.

Soñamos con horarios fijos y tener la soberanía de nuestro tiempo libre. Soñamos con más personal y que la salud sea un derecho, y no una condena. Soñamos con noches sin localizaciones, trabajos fijos de doce meses, salarios dignos, dotaciones completas... Soñamos con humos inocuos, incendios seguros, fuegos que no queman y bosques que no arden.

 

Aunque soñemos cosas que parecen imposibles, luchar es para lo que nacimos. Que a nadie se le olvide.

lunes, 4 de marzo de 2024

Las "proxy war" del Consell. El caso de los bomberos forestales

El concepto de guerra proxy llega también a la política valenciana. Empujar a una guerra contra el enemigo, pero en un país "amigo" para evitar que las bombas caigan al lado de tu casa. El objetivo es sencillo: aumentantar la dependencia económico-militar de tu aliado mientras aniquilas a tu enemigo sin mancharte las manos. Guerras híbridas que no sólo utilizan la fuerza militar, sino todo tipo de herramientas económicas, financieras y comunicativas con el objetivo de derribar al adversario en todos los frentes.

Esto viene muy bien para explicar lo que está pasando con el Servicio de Bomberos Forestales. Buscando una simetría, los bomberos forestales seríamos el enemigo y la SGISE el territorio "aliado" que está en manos de VOX, donde lanzar las bombas. El PP sería la potencia que empuja a un conflicto en el que ni si quiera va a mancharse las manos. La artillería mediática no ha dejado de disparar en redes y en sede parlamentaria, mientras se articulan todo tipo de medidas contra el adversario: recortes presupuestarios, declaraciones difamatorias, despidos y cese de encomiendas. 




 

No es casualidad que la SGISE sea el foco de todos los males. Hasta 14 entidades tuvieron una calificación desfavorable en el último informe de la Intervención de la Generalitat. 

 


La clave está en que la SGISE es ahora la mercantil de VOX y en ese terreno, para el PP es más fácil librar una batalla y esquivar las balas. Poniendo en el punto de mira a esta entidad conseguían abatir varios blancos a la vez. 

Por un lado, abren la puerta a revertir la subrogación del personal. Porque el PP no quiere gestionar este servicio. Mientras estuvo en el poder se encargó de mantenerlo subcontratado a Tragsa donde alcanzamos las cotas más altas de miseria y explotación. Los que ahora se toman tan en serio los informes de la Sindicatura, estuvieron años ignorando sus indicaciones que señalaban una y otra vez la irregularidad que suponía recurrir a medios propios para nutrir las carencias de personal de la Generalitat.

 


Por otro lado, la lógica nos dice que están preparando el camino para que si repite legislatura, ya sin VOX en el Consell, puedan quitarnos de en medio con facilidad. Y aquí está la clave de la guerra proxy: dejemos que sea nuestro "aliado" quien se exponga a la batalla que se va a desatar. Es un ganar-ganar: desgaste político y mediático para VOX y también para los profesionales del servicio. VOX sería el sicario encargado de dar el tijeretazo a un servicio que está ya herido de muerte, enfrentándose a los profesionales mientras el PP observa plácidamente desde el escaño.

Por todo ello, en un principio sí que había una estrategia de dejar caer al servicio, haciendo una interpretación de parte de los informes de la sindicatura que les permitiera amputar áreas esenciales de la encomienda. Y ¿quién tomó esas decisiones? Coroneles del PP metidos en el consejo de administración con rango de secretarios y subsecretarios autonómicos. Es la parte híbrida de esta guerra.

Finalmente, les ha servido para desarticular la UVE. Un proyecto que no tenía mucha sustancia pero que había logrado algo importante: sentar a los bomberos de las tres provincias para trabajar en un Consorcio Único. Sin un proyecto alternativo, los Consorcios seguirán atrincherándose en su provincias, a costa de aumentar sus presupuestos, renunciando a una coordinación autonómica eficiente.


Además, la sarta de bulos y medias verdades que se sueltan desde la tribuna han agotado toda su pólvora sin estallar. No hay nada detrás de todas las acusaciones vertidas. Es falso que se quisiera enchufar a mil personas. Lo saben perfectamente. Se presentó una RPT duplicada porque había una adaptación de puestos: estaban los puestos actuales y los mismos puestos, pero adaptando su nomenclatura y características al nuevo convenio que se había firmado. Quizás fuera un error de procedimiento, pero teniendo a 300 personas por estabilizar y a 200 bomberos forestales de refuerzo sin trabajar, nadie puede creerse algo tan burdo. Y lo más importante, si tantas irregularidades existen, ¿dónde están las denuncias a la fiscalía? ¿Por qué no hay nadie en el banquillo? En fin, un triste teatro mediático, sobre actuado, que sólo ha servido para arrojar sombras sobre un servicio esencial que necesita algo de luz entre tanta oscuridad.

El problema es que las cosas no son tan fáciles y el Servicio de Bomberos Forestales es un Servicio esencial que está cobrando especial relevancia por el cambio climático. Venimos de actuar durante la DANA de 2019, la pandemia de 2020, la borrasca Filomena de 2021, los grandes incendios de 2022 que quemaron más de 30.000 Ha y del incendio de Villanueva de Viver de 2023 que se convirtió en el mayor incendio en invierno de la historia de España.

2019: Dana

2020: Pandemia. Montando hospitales de campaña

2021. Temporal Filomena

2022 y 2023: Grandes Incendios forestales. En la foto, IF Bejís

Y lo que parecía un plan perfecto, va a terminar por convertirse en un verdadero quebradero de cabeza para VOX, totalmente lego en los conflictos colectivos y que desconoce las consecuencias que puede alcanzar la batalla cuando lleguen los incendios de verdad y nos pongan un micrófono en cada intervención. 

Porque es muy fácil exponer la nefasta gestión que se está haciendo y entender la amenaza que supone continuar por la senda de los recortes y la autodestrucción que ha iniciado el Consell. No tiene sentido seguir por este camino, obstaculizando unas reivindicaciones que tratan de imponer algo de sentido común al actual escenario climático. Tarde o temprano alguien tendrá que arremangarse y ponerse a trabajar en poner orden en este servicio, porque la realidad es tozuda y persistente. Los inviernos de hoy son los veranos de ayer. No se puede entender que siga sin actualizarse la plantilla, mientras vemos como los inviernos se vuelven tan agresivos como los veranos de antes y los temporales de lluvia y nieve son cada vez más virulentos.

Lo que planteamos supone apenas una gota en el océano presupuestario de la GV. Pueden seguir mirando hacia otro lado, pero van a tener que dar muchas explicaciones. Los bosques de hoy no son sólo un entorno bonito. Ahora también son un almacén de combustible. Escuchen a la ciudadanía que reclama proteger nuestros bosques, pero también que los protejamos de ellos cuando arden cerca de sus hogares. Recomendamos a la Consellera que escuche también a los que entienden de fuego. Lejos de ser una amenaza, somos la oportunidad de hacer las cosas bien. En sus manos está avanzar o retroceder.

Fuegos que no queman. Bosques que no arden

 Una historia de bomberos forestales   A veces cuesta explicar la situación en la que nos encontramos. Para la sociedad en general, los inc...